El corazón de una madre se encoge tras recibir una llamada nocturna de su hija, que está en una fiesta de pijamas: «Mamá, ¡acabo de ver una cámara en la habitación!». Historia del día.

Lydia sentía en su interior que algo iba mal, pero su marido insistía en que estaba exagerando. Entonces sonó el teléfono. El susurro de su hija le heló la sangre: «Mamá, acabo de ver una cámara en la habitación». En ese momento, Lydia lo supo: su instinto no la había engañado.
El reloj de la pared de la cocina parecía hacer tictac más fuerte de lo habitual, y cada segundo se alargaba más de lo normal.
Lydia se sentó rígida a la mesa, con los brazos cruzados sobre el pecho y los pies marcando un ritmo nervioso contra el frío suelo de baldosas.
El resplandor del horno proyectaba sombras temblorosas en las paredes y el aroma del pollo asado llenaba el aire, pero ella no tenía apetito.
Al otro lado de la cocina, Mark estaba de pie junto a la encimera, tarareando una melodía mientras cortaba verduras.
Solo con fines ilustrativos. | Fuente: Midjourney
Sus movimientos eran lentos, relajados, con los hombros sueltos, como si nada en el mundo pudiera perturbar su paz.
Lydia exhaló bruscamente. «No puedo hacerlo», murmuró con voz tensa.
Se apartó de la mesa y se levantó tan rápido que la silla rozó el suelo.
«Voy a ir a recogerla».
Mark ni siquiera dejó de cortar. «Lyd, vamos». Su tono era ligero, como si ella estuviera siendo ridícula. «Solo es una pijamada».
Ella se volvió hacia él, con los ojos oscuros por la preocupación. «Su primera pijamada. En casa de Kara».
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Cogió las llaves del coche de la mesa y las apretó con tanta fuerza que se le pusieron blancos los nudillos.
«Nunca he confiado en esa mujer. Incluso en el instituto siempre se metía conmigo».
Mark finalmente levantó la vista y suspiró mientras dejaba el cuchillo. Su rostro era paciente, casi divertido.
«Eso fue hace veinte años. La gente cambia. Estás dándole demasiadas vueltas».
Lydia negó con la cabeza. «No me importa. Tengo un mal presentimiento».
Mark se secó las manos en un paño de cocina antes de acercarse a ella. Le puso una mano cálida y firme en el brazo, con la intención de tranquilizarla.
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—Está bien. Tienes que dejarla tener algo de independencia —le dijo con suavidad. Su voz se suavizó, como siempre hacía cuando quería que ella se calmara—. Confía en ella, Lydia.
Ella cerró los ojos un momento y se obligó a respirar hondo. Quizá estaba siendo irracional.
Quizá Mark tenía razón. Ellie solo era una niña, pero no era indefensa. Tenía que dejarla un poco más libre, ¿no?
—Quizá tengas razón… —admitió, aunque las palabras le sabían mal.
Entonces sonó el teléfono.
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El sonido agudo atravesó la habitación como una navaja. Lydia cogió el teléfono de la encimera sin pensar, apenas mirando la pantalla antes de responder.
—¿Cariño?
Durante un segundo, solo hubo silencio. Luego, un susurro pequeño y tembloroso:
—Mamá.
Lydia apretó el teléfono con más fuerza. —¿Ellie?
La voz de su hija temblaba. —Acabo de ver una cámara en la habitación.
A Lydia se le cortó la respiración.
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«¿Qué?», dijo con voz aguda.
«Una cámara», repitió Ellie, esta vez en voz más baja. «Estaba en la esquina. He visto una lucecita roja. No creo que deba estar ahí».
La sangre se le heló a Lydia. La mala sensación que tenía en el estómago se convirtió en algo frío y real.
—Ya voy —dijo inmediatamente, con voz firme. Ya estaba cogiendo el abrigo y dirigiéndose hacia la puerta.
—Quédate donde estás. Voy para allá.
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Lydia golpeó la puerta con tanta fuerza que le dolieron los nudillos, pero no le importó. El pulso le latía con fuerza en los oídos y respiraba entrecortadamente.
Apenas podía pensar en otra cosa que no fuera la idea que se repetía en su mente: Ellie está ahí dentro.
Después de lo que le pareció una eternidad, la puerta finalmente se abrió. Kara estaba allí, con una ceja perfectamente arqueada y una sonrisa ya dibujada en los labios.
No era una sonrisa de bienvenida, era el tipo de sonrisa que la gente usa cuando intenta ocultar algo.
—Oh, Lydia —dijo Kara con suavidad, apoyándose en el marco de la puerta como si tuviera todo el tiempo del mundo—. No te esperaba.
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Lydia no perdió ni un segundo. Empujó a Kara sin responder, y el olor a lavanda y a algo artificial, como un spray para el pelo caro, le invadió la nariz al rozarla.
—¿Ellie? —llamó Lydia con voz tensa.
Antes de que pudiera dar otro paso, Ellie llegó corriendo. Chocó contra el pecho de Lydia con tanta fuerza que esta trastabilló ligeramente, pero no le importó.
Abrazó a su hija con fuerza, sintiendo los latidos acelerados del pequeño corazón de Ellie contra el suyo.
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El familiar aroma del champú de fresa inundó la nariz de Lydia, devolviéndola a la realidad por un instante.
—¿Estás bien? —murmuró, separándose lo justo para mirar el rostro de Ellie. Le acarició las mejillas, buscando cualquier signo de miedo o angustia.
Ellie asintió rápidamente, con los ojos muy abiertos. —Es solo que… no sabía qué hacer.
Lydia apretó los brazos de Ellie con más fuerza. —No pasa nada. Hiciste lo correcto.
Luego, Lydia se volvió, lenta y deliberadamente, hacia Kara. Su cuerpo estaba rígido, conteniendo a duras penas la rabia. —Encontró una cámara en la habitación.
Kara no se inmutó. Su expresión no cambió en absoluto, como si hubiera ensayado ese momento cientos de veces.
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—Estaba apagada —dijo encogiéndose de hombros y cruzando los brazos.
—La puse ahí porque cualquiera podría entrar por esa ventana. Es por la seguridad de mi hija.
Lydia entrecerró los ojos. Sus dedos se crisparon con el impulso de agarrar algo, cualquier cosa, y lanzarlo.
—Entonces, ¿por qué vio Ellie una luz roja? —preguntó apretando los dientes—. Si estaba apagada, ¿por qué estaba encendida?
Por primera vez, Kara dudó. Solo fue una fracción de segundo, pero Lydia lo vio.
—Esa cámara no debería haber estado encendida —espetó Lydia, dando un paso adelante. Su voz era ahora aguda, temblando con una furia apenas controlada.
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—Y no me importan tus excusas. Quiero que borres las imágenes, ahora mismo.
Kara suspiró dramáticamente, frotándose las sienes como si todo esto fuera un gran inconveniente.
—Está bien —dijo, alargando la palabra como si estuviera complaciendo a un niño—. Lo borraré. Pero Lydia, estás siendo paranoica.
Lydia la ignoró. Se agachó, tomó la mano de Ellie y la apretó con fuerza.
«Nos vamos», dijo con voz firme. «Y ella no volverá aquí nunca más».
Ellie se aferró a ella mientras salían precipitadamente, con sus pequeños dedos agarrados a los de Lydia como si fueran un salvavidas.
Kara no dijo ni una palabra, pero Lydia podía sentir su mirada clavada en su espalda.
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El trayecto a casa estuvo cargado de silencio, de ese tipo de silencio que lo llena todo, que pesa como una losa.
El único sonido era el murmullo del motor y el ritmo de los limpiaparabrisas contra el cristal.
Lydia agarraba el volante con tanta fuerza que se le habían puesto los nudillos blancos.
Tenía la mandíbula apretada y respiraba entrecortadamente, tratando de contener la furia que bullía en su interior.
Mantenía la vista fija en la carretera, pero su mente iba a toda velocidad, reproduciendo cada segundo de lo que acababa de pasar.
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Entonces, Mark habló, con voz baja y vacilante. —Lydia, ¿no crees que estás exagerando?
Ella giró bruscamente la cabeza hacia él, con una mirada que cortaba como una navaja. —¿Exagerando? —Su voz era aguda, incrédula—.
—¡Había una cámara en la habitación donde dormía nuestra hija!
Mark exhaló, frotándose la sien. —Pero ¿por qué estaba allí? —replicó—. Para proteger a las niñas. No para espiarlas. Estás actuando como si Kara tuviera alguna razón espeluznante para hacerlo.
Lydia soltó una risa amarga y negó con la cabeza. —¿La estás defendiendo?
Mark se movió en su asiento. —Digo que quizá tenía razón.
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Eso fue el colmo. Lydia soltó una risa burlona. «Siempre te pusiste de su parte, ¿verdad? Incluso en el instituto».
Mark gimió y puso los ojos en blanco. «Oh, vamos, Lydia. Eso fue hace años».
Ella apretó la mandíbula y agarró el volante con más fuerza. «Y ahora, aquí estás otra vez, defendiéndola en lugar de a tu propia esposa».
Mark no respondió.
El silencio se prolongó entre ellos durante el resto del trayecto, pesado e irrompible.
A la mañana siguiente, Lydia estaba de pie junto a la encimera de la cocina, acunando una taza de café que hacía tiempo que se había enfriado.
Apenas notaba el sabor amargo, con la mente aún dando vueltas a lo sucedido la noche anterior.
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Apenas había dormido: cada vez que cerraba los ojos, veía el rostro asustado de Ellie y oía la voz presumida de Kara.
Al otro lado de la habitación, Mark cogió su chaqueta del gancho que había junto a la puerta.
Lydia dejó la taza con un suave tintineo. —¿Adónde vas? —preguntó, cruzando los brazos con fuerza sobre el pecho.
Mark se detuvo un segundo antes de responder. —A una reunión de trabajo —dijo con voz indiferente, demasiado indiferente, sin mirarla.
Lydia sintió un nudo en el estómago. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. —Dijiste que no tenías planes para hoy.
Mark dudó un instante antes de exhalar y encogerse de hombros. —Ha surgido algo.
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Lydia lo miró fijamente, estudiando la tensión en sus hombros, la forma en que evitaba sus ojos. Sus dedos se curvaron en sus palmas.
Sin decir nada más, Mark abrió la puerta y salió. En cuanto oyó alejarse su coche, se movió.
Con el corazón latiendo con fuerza, corrió a su oficina y abrió su portátil con manos temblorosas. La pantalla brillaba en la tenue luz de la mañana. Abrió su correo electrónico y lo revisó rápidamente.
Entonces lo vio.
Se le cortó la respiración.
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Un mensaje de Kara.
«Hola, he revisado las imágenes de la cámara antes de borrarlas. Hay algo que tienes que ver. Es sobre Lydia y Ellie. Pásate hoy antes de que las borre».
A Lydia le temblaban las manos.
El pulso le retumbaba en los oídos.
Cogió las llaves y salió corriendo hacia la puerta.
Lydia no llamó a la puerta. No dudó. Empujó la puerta con tanta fuerza que golpeó contra la pared, haciendo vibrar los marcos de fotos que colgaban en el pasillo.
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Su corazón latía con fuerza, como un tambor furioso contra sus costillas. Respiraba rápido y superficialmente, con el cuerpo tenso, lista para la batalla.
En cuanto entró en el salón, los vio.
Mark estaba paralizado frente al sofá, con la mirada fija en la pantalla brillante del portátil que había sobre la mesa de centro. Estaba pálido y con la mandíbula apretada. Ni siquiera levantó la vista cuando Lydia entró.
Kara, sin embargo, sí lo hizo. Estaba de pie junto a él, con los brazos cruzados y los labios curvados en una sonrisa de satisfacción y complicidad.
A Lydia se le revolvió el estómago.
Algo iba muy, muy mal.
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—¿Qué es esto? —preguntó Lydia con voz afilada como una navaja.
Mark no respondió de inmediato. En lugar de eso, se agachó, cogió el portátil y giró lentamente la pantalla hacia ella.
A Lydia se le cortó la respiración.
En la pantalla, Ellie estaba sentada con las piernas cruzadas en la cama de la hija de Kara, con las manitas juntas en el regazo. Su voz era suave pero clara.
«A veces no me gusta estar en casa. Mamá siempre está enfadada. Aquí estoy mejor».
Las palabras golpearon a Lydia como una bofetada.
Dio un paso atrás. «Eso no es cierto. Eso no es…».
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Kara soltó un suspiro lento y satisfecho, sacudiendo la cabeza. «Bueno», dijo con suavidad, «eso lo dice tu hija».
Las lágrimas ardían en los ojos de Lydia.
¿Cómo podía estar pasando esto?
Ellie no diría eso. No voluntariamente. A menos que…
Entonces, una vocecita rompió el espeso silencio.
«Eso no es verdad».
Los tres se volvieron.
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Emma, la hija de Kara, estaba de pie en la puerta, apretando un oso de peluche contra su pecho. Tenía el rostro pálido y el labio inferior temblando.
Mark frunció el ceño. «¿Qué quieres decir?».
Emma dudó, cambiando el peso de un pie al otro. Miró a su madre, luego volvió a mirar a Lydia y a Mark, apretando con fuerza el peluche.
«Solo era un juego», susurró. «Reté a Ellie a decirlo. Mamá nos dijo que jugáramos».
A Lydia se le hizo un nudo en el estómago.
La habitación parecía demasiado pequeña, el aire demasiado denso.
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Kara se puso rígida junto a Mark. «Emma, vete a tu habitación», dijo con voz aguda y controlada.
Mark se volvió hacia Kara lentamente, con el rostro ensombrecido. —¿Tú has montado esto? —Su voz era baja, pero había un tono cortante en ella, una ira apenas contenida.
Kara tragó saliva. —Yo…
Mark entrecerró los ojos. Dio un paso hacia ella, con los hombros rectos. —Sigues en ello, ¿verdad? Después de todos estos años…
Kara perdió la compostura. Su rostro se contorsionó con algo salvaje, algo feo.
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—¡Ella no es lo suficientemente buena para ti, Mark, y lo sabes! —espetó. Su voz se elevó, aguda y desesperada—. Yo soy mejor. ¡Siempre he sido mejor!
Silencio.
Lydia sintió que algo se rompía dentro de ella. La última pizca de duda, el último atisbo de vacilación… desaparecieron.
Mark no dijo ni una palabra más. Se agachó, cerró el portátil con tanta fuerza que Kara se estremeció, y luego se volvió hacia Lydia.
«Vámonos».
Lydia no miró atrás.
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Mientras salían por la puerta, aún podía oír a Kara respirando con dificultad detrás de ellos, pero no le importaba.
Solo apretó la mano de Ellie con más fuerza, como si quisiera anclarlas a algo real. A algo seguro.
El trayecto a casa fue silencioso. La adrenalina se estaba disipando, dejando solo agotamiento.
Tras un largo silencio, Mark exhaló. «Lo siento».
Lydia lo miró, luego se acercó y le tomó la mano.
La apretó.
«Yo también».
Y, por primera vez en mucho tiempo, no había ninguna duda de dónde estaban: juntos.
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Esta historia está inspirada en las historias cotidianas de nuestros lectores y ha sido escrita por un escritor profesional. Cualquier parecido con nombres o lugares reales es pura coincidencia. Todas las imágenes son meramente ilustrativas.